Llegó 2020 y desde luego que este bisiesto va a ser difícil de olvidar por ser sencillamente diferente, para todo y para todos.

Y ni la Virgen del Pilar se ha librado de sufrir las consecuencias de la Covid 19. Este año le contaron que no iba a tener su tradicional ofrenda de flores en que todos los años medio millón de personas, si no más, venidos desde distintas partes de España, y hasta del mundo, unían sus diferencias, sus culturas, sus ideologías, sus creencias, sus vestimentas y hasta sus vidas por un rato, y se presentaban ante ella con sus flores, sus oraciones, sus miedos, sus esperanzas y de nuevo, su vida.

Y es que Nuestra Señora del Pilar es Virgen de Primera División o de Champion: Patrona de la Guardia Civil, será por ello su vocación de servicio al prójimo y de cuidado de todos, Patrona de Zaragoza, Patrona de España y por ende de toda la Hispanidad, pero hasta para ella este año ha sido diferente.

En Santa Bárbara no queríamos que la Covid ganara la batalla, así que celebramos nuestras no fiestas del Pilar con los que más queremos, nuestros residentes, e intentamos que el 12 de octubre volviera a ser un día realmente especial para ellos.

Desde el comienzo de la mañana se respiraba algo diferente en la residencia. La alegría se notaba en el ambiente; las jotas sonaban suave pero constantemente a través de los altavoces, los auxiliares y el resto del equipo llevaban puesto un cachirulo, la cocina olía como siempre de maravilla, pero era un olor conocido, un olor de los de siempre, había menú especial: hojaldre de marisco, jarretes y sorbete de limón. El equipo de cocina una vez más estando a la altura y haciendo disfrutar a nuestros residentes como sólo ellos saben, a través del paladar.

Y comenzaba la tarde cuando aún quedaba alguna sorpresa. Algunos miembros del equipo directivo de Fundaz, y por supuesto Elena, la directora de Santa Barbara, se vistieron con sus mejores galas de baturras y fueron llevando a todos y cada uno de los residentes un clavel y una medida de la Virgen del Pilar a sus habitaciones, a los salones o donde se encontrarán pasando la tarde.

Momentos enternecedores sin duda donde algunas residentes recordaban sus años jóvenes cuando ellas mismas se vestían para pasar en la ofrenda o cuando vestían a sus hijos o incluso a sus nietos. Otras tocaban las telas o miraban cómo estaban confeccionados los trajes y recordaban cuando a ellas no les costaba enhebrar las agujas. Momentos bonitos, momentos diferentes, para ellas, para nosotros sin duda.

Y al final la Virgen pudo tener su ofrenda, más pequeña, más sencilla, pero su merecida ofrenda. Algunos residentes salieron a la entrada donde se había colocado una silueta de la Virgen con su manto y la fueron llenando de claveles, rojos y blancos y ahí quedó con sus flores, sus oraciones, sus miedos, sus esperanzas y en parte, su vida.

¡Viva la Virgen del Pilar!